Nadie puede poner en duda el talento de Eugenio Zanetti a la
hora de vestir una película. Un estilo pocas veces visto en el cine nacional,
con una estética cuidada en cada una de sus escenas, que podrían ser la envidia
de cualquier director de cine de todos los tiempos. Por algo ganó un Oscar como director de arte en "Restauración" (1995). Pero de
ahí a lograr una película contundente hay un abismo. “Amapola” parece una
publicidad que no nos vende nada durante ochenta y cuatro minutos. De esas que
un perfume, un auto de alta gama o un producto capilar nos seduce con una
historia universal de amor y pasión. Porque está realizada con los tiempos, la
sonoridad y espectacularidad de un trailer. Cíclico en este caso, ya que cada toma
podría ser uno en sí mismo. Nos insinúa el drama pero nunca lo vemos, nos
plantea el problema, pero nunca lo aborda. Y todo es angelical, lineal y
majestuoso. De intriga, poco y nada. Como el argumento, inversamente
proporcional a la parafernalia que se muestra. “Amapola” es tan ambiciosa y
pretensiosa que se olvida de lo esencial, que nos enganchemos con una película
de cine.
El guión es pequeño, casi imperceptible. Y remanido,
demasiado usado. Una mujer que puede percibir o ver el futuro y la posibilidad
de modificarlo. Ella, inmersa en una familia bien del noreste argentino,
transita los vaivenes que sufren tanto ellos, como el país, en los años donde la
Revolución Argentina de Onganía, la dictadura, la guerra de Malvinas y demás cimbronazos,
marcaron el destino de nuestra Nación. Pero son solo pinceladas de calendario
para marcarnos lo que pasa muy por encima, mientras nos encandilan las escenas
que se van superando una a otra. Paisajes bellos, miradas panorámicas de
ensueño, retratos impecables del policial negro, enmarcados en un sinfín de buenos
actores, que se esfuerzan –sin éxito– para estar a la altura de una estética
ultra cuidada que les da poco aire para sus actuaciones.
De “Amapola” podemos rescatar la perfección de los detalles,
la fotografía, la puesta a punto de todos los recursos que potencian un guión y
actuaciones sorprendentes, como las de Nicolás Scarpino y Juan Acosta. Ellos dos son los
personajes que nos dan un poco de aire, tranquilidad y ánimo de que estamos
viendo una película de cine. Como en esas fiestas de la alta sociedad, donde
uno solo se relaja frente al espejo del baño cuando nadie mira. El resto, nos
exige una rigidez y una incomodidad constante, como cuando su protagonista, la
bellísima Camilla Belle, habla en un castellano excesivamente forzado. Algunos
rostros que no resisten primeros planos y escenas inentendibles como la del
pseudo spa que expone a Liz Solari en primera persona, tiran todo por la borda.
Un “chabón” de dudosa utilización en las décadas del 60 y 70, descoloca; como
así actores de primera línea, en papeles ínfimos. Geraldine Chaplin y Lito Cruz
quedan fuera de discusión, aunque no hacen a la homogeneidad de un relato que
por lo general es anodino.
Que “Amapola” es una película distinta a todas las vistas del
cine nacional, no caben dudas. Ahora,
que se pueda disfrutar, dependerá de las exigencias de cada espectador. Se
esperaba mucho más. Demasiado para tan poco.
Guión y dirección: Eugenio Zanetti
Elenco:
Camilla Belle, François Arnaud, Geraldine Chaplin y Lito Cruz, entre otros.
Duración: 84 minutos
Por Mariano Casas Di Nardo
@MCasasDiNardo
@MCasasDiNardo